A veces ocurren cosas que te descolocan la vida entera.
Cosas que jamás pensarías que te pasarían a ti, y de pronto todas las demás tonterías que mantenían tu mente ocupada, desaparecen. Se vuelven absurdas, ilógicas, estúpidas vaya, que es lo que son.
Entonces piensas, y empiezas a encerrarte en ti misma, te preguntas cómo ha podido pasar, nadie tiene explicaciones, nadie lo entiende.
Y es que siempre se acaba la calma.
Todo se vuelve grisáceo. El amasijo de colores que antes teñía tu senda no está. Ni si quiera el camino es igual.
Y toca luchar, e intentar ser fuerte.
Toca no decaer. Aceptar qué es lo que se aproxima, y afrontarlo.
Te das cuenta de que siempre se puede ser más fuerte, y que mientras más alto llegues, más difícil será todo.
Aprendes a ver que cuando se está bien las cosas más insignificantes se hacen más grandes de lo que realmente son y se convierten, a tu parecer, en problemas. Cuando no, no llegan ni a la 'p'.
Respiras lento, soltando el aire lentamente.
Y notas como ese dolor punzante atraviesa tu cuerpo, y tú mente. Un dolor inaguantable, estremecedor, que supera con creces todo dolor físico que hayas llegado a experimentar hasta el momento.
Todo se desvanece, y cuando vuelves a inhalar aire, el mundo ha cambiado.