Se me rompía la voz, y llegaste para poder cuando yo no.
Se me caían las ganas, y viniste para descubrirme lo que era el cariño.
Se me acababa el camino, y decidiste llevarme a tu cama para parar el tiempo.
Se me perdía la mirada en las nubes, y me cerraste los ojos para besar mi cuello.
Creía que podía con todo, porque soy fuerte, y encontraste la debilidad de mi ser para cuidarla.
Me encantaba perderme en los árboles, y creaste un bosque sin fin para que me fuera imposible no respirar.
Me diste abrazos tan fuertes que me dolían en el pecho.
Me mirabas, una, dos, tres veces en un minuto, te pasabas la mano por el pelo, cerrabas los ojos, y al abrirlos sonreías porque seguía delante de ti.
Llegaste para enfadarte porque mientras andaba a tu lado, ponías tu mano al lado de la mía, y yo no si quiera me daba cuenta de que querías que me entrelazara contigo.
Llegaste para ponerte nervioso cada vez que me ocurre algo y corres a curarme.
Llegaste para abrazarme nada más despertarte.
Llegaste para entender por qué me gusta dormir dando la espalda.
Llegaste y no te quieres ir nunca.