Las
zapatillas que calzas son más grandes que tus pies, el humo que esnifas es más
fuerte que tu sed, sólo
encuentras alivio en la rutina de escribir con el alma latente, en versos lo
que el dolor un día hizo de ti.
Podrías pasarte horas mirándote al espejo,
para darte cuenta de que el niño que eras ya no está , se fue, el que soñaba
con puentes viejos y ogros feroces, ese niño que iluminaba el camino con trazos
y sombreados difusos, ese niño que veía todo sencillo, por la ignorancia del no
saber que existía también lo
“ difícil”.
“ difícil”.
La vida te está haciendo saltar agujeros y
barrancos en los que estarías encantado de caer, si no fuese porque te
mantienen en pie esos que te dan las buenas noches, o los que te despiertan con
un “levántate”.
A la calle le llamaste casa a temprana edad, porque lo
que no buscabas lo solías
encontrar en el asfalto, no en libros con tantas letras como símbolos que
fallan. Las matemáticas de la vida son saber que “por dos pasos que avances uno
retrocederás” y que siempre que te restan, se multiplican virtudes y hazañas,
porque cada logro y virtud, han nacido a base de divisiones distantes.
Con demasiado paréntesis que ni se pronuncian,
te crearon un castillo a base de tramas y engaños. Tú; con
ceniza y sudaderas con sangre, andas redactando tu destino, con miradas al cielo,
y necia fe , no buscas más que soluciones anheladas en paredes ,y firmas de
cuadros de alguien que contigo siempre estuvo, y por muchas estrellas que hayan
no dejará de estar.
Esa boca no te pierde, pero a mi si. Esos ojos hablan un lenguaje tan angelical
que no entiendo lo que quieres decirme con ese, vete a cagar. La mano que te ofrecí,
sigue ahí colgada en el perchero del andamio del que caíste, cuando la vida no
era tan triste, pero igual de puta.
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