Era una mañana de invierno, mas fuera no hacía ni frío, ni calor. Andaba entre charcos y pálidas caras, unas marcadas con profundas ojeras, otras recubiertas de tanto maquillaje que parecían salidas de un circo. El verano ya nos había dejado hace tiempo, aunque tampoco importaba, o al menos a mí en ese instante, no. Me encontraba absorta en mis pensamientos, no hacía mas que darle vueltas a la misma cuestión: El tiempo y su prisa. La verdad es que no era consciente tan siquiera de hacía dónde me dirigía.
El tiempo, qué fenómeno tan extravagante, fugaz y efímero. Mientras más intentaba acercarme a alguna explicación razonable para definirlo, más lejana se encontraba la meta. No tenía sentido ninguno. ¿Cómo podía explicar que algunas veces pasara tan rápido que ni siquiera era capaz de ser consciente de que el tic-tac seguía latiendo? Es decir, ¿ Cómo iba yo a explicar que a veces el tiempo parecía pararse, que parecía eterno?
Sin embargo, después de mucho andar y pensar, me sentí muy estúpida. ¡ Estaba claro! Todo el mundo lo sabía. ¡Nada es lo que parece! Por lo cual, el tiempo tampoco tenía por qué parecerse ni a los minutos, ni a los segundos..Cuando recuerdas, no recuerdas la hora. Recuerdas el momento, por eso mismo se mide en momentos!
Eufórica y encantada con mi conclusión, miré hacia delante observando atentamente al lugar en el que me hallaba. Apresuradamente miré el reloj: ¡No! , pensé para mis adentros. El colegio empezaba a las 8:45, eran las 9:10, y para variar me había pasado cuatro calles del lugar en donde éste se encontraba.
Maldito el tiempo y su prisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario