Dormía abrazado a mi, enredando cada extremidad en mi cuerpo, quizás para que no me fuera nunca, o para que no me moviera tanto. Sentía su respiración en mi oreja, y me hacía tantas cosquillas que me alejaba de su lado porque no me dejaba dormir. Echo de menos su almohada. A veces le abrazaba yo, teníamos la mala costumbre de a veces, irnos a dormir enfadados, cosa que odiábamos los dos, seguro, así que le abrazaba... Porque me encantaba hacerlo, y cualquier escusa era válida.
Pocas veces me desperté yo antes que él. Cuando el abría los ojos antes que yo, siempre me intentaba despertar de la manera más cariñosa posible, y obviamente yo giraba la cara y seguía durmiendo. Un día, me dijo que yo no servía para bella durmiente.
A veces, se desvelaba, e intentaba estar lo más quieto posible para no despertarme. Yo le solía arrinconar contra la pared, quitarle el nórdico o hablar en sueños.
Me daba besos de todas las formas posibles, y le volvía un poco majara mi cuerpo, pero daba igual como estuviera, le gustaba porque era mío, aunque siempre discutíamos acerca de a quién le pertenecía, porque yo no quería compartirlo con el, y él era tan egoísta que decía que era solo suyo, ni mío ni de nadie.
Me quería tanto... Tanto que nunca se rindió. Tanto, que la primera vez que me vio alejarme, me agarró con fuerza, me contó por qué me estaba dejando marchar y me pidió que me quedara.
Echo de menos su almohada, pero sobre todas las cosas, lo que ven mis ojos cuando le miro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario