Era una persona impasiva, implacable; cuando más cerca piensas estar de ella, más rápido te aleja y sientes que no la conoces. Es abierta, le encanta la gente, hasta confiar en ellas es una idea que le atrae, pero nunca de deja ver. Puedes creer que hasta sabes cuando está bien, o cuando está mal, pero no importa porque no te da ni tiempo a preocuparte ni a actuar, ella sola ya se reconstruye rápido.
A veces, la vi llorar, la vi desmoralizarse o eso creí, pero no lloraba ella, si no que sus ojos, su cuerpo... No eran lágrimas de cocodrilo, pero tampoco eran reales. Es como si tuviera un vaso lleno de agua y ella sólo lo vaciara un tercio.
Comprendí que... Que no hay verdad en las personas. Que no hay verdad ni en los ojos, ni en las palabras, ni tan si quiera en todo lo que ves, ni en las esencias, ni en el sentimiento, sólo porque nunca lo veras incorporeo, como es real.
Pero, sí la hay en los gestos. Pero no en los automáticos, si no que en los que una persona no puede controlar, en los vivos.
Hay verdad en los momentos de desconecto, cuando las personas miran a un punto fijo, cuándo están de pronto, en su mundo. Ahí hay pureza, ahí hay realidad.
Hay verdad en los momentos que cree que nadie le observa. Eso es cierto, ahí está lo que no va a contar y en lo que seguramente ni sepas que oculta. Ahí está la esencia..
Ahí una persona, pasa a ser, un ser humano.
Porque los instintos ciegos, siempre te delataran.
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