miércoles, 22 de enero de 2014

El tiempo que no perdona, pero sí avanza.

A mi anciana edad, sigo, como cada día. Sentado en el robusto sofá, que antes era de mi padre, mirando por la ventana. Veo como el frío invierno anochece pronto, y como, las luces de los coches desaparecen en la nada. Tengo suerte de vivir en este pueblo, siempre hay niños jugando por las calles, convirtiendo con su risa, en suya tu sonrisa. 

Hace poco que se fueron mis hijos, que vinieron de visita como casi todos los domingos. Mi mujer ha ido a ver a unas amigas que le han invitado a tomar el té, y algo a lo que no puede decir que no, es a beberse una taza de té. 

Me gustan estos ratos de tranquilidad. Diría soledad también, aunque aquí esta la vieja Ronnie, cuyo nombre nunca me ha convencido, parece más de gato que de perro, pero cómo decirle que no a los ojos verdes de mi mujer? Estos ratos son para mí. Para mi corazón. Para mi razón. No pienso en nada en concreto. Simplemente fumo un cigarro, y me limito a sentir como el humo rebosa una y otra vez mis pulmones, como el cigarro se consume , y ver como el humo sale por la ventana abierta, para mezclarse con el aire, fundirse con el, y hacerse invisible. Se esfuma. 

En un momento mis divagaciones sobre el humo y la fugacidad de la vida se distorsionan. En la calle veo a una pareja conocida. El chico tendrá unos 17 años aproximadamente y la chica 16 quizás. Digo conocida porque siempre, desde hace meses, los veo pasear juntos de la calle cogidos de la mano. Verlos provoca en mí un malestar general. Me consume la culpa. No es porque les haya hecho nada a ellos, pero sí hice algo terrible hace muchos años. En los ojos rasgados, grandes y azules de ese muchacho, veo los de aquel chico al que le quité la vida cuando pedía clemencia. Esos son unos de los ojos que no olvidaré nunca. Fue la muerte que más se incrustó en mi alma. Gajes del oficio. La guerra.
Me dieron medallas por quitar vidas. Me llamaron héroe por arrebatar alientos. Era algo incómodo, de lo que jamás podría sentirme orgulloso, ni mucho menos. No entendía cómo podían llamarme eso. Al principio nunca logré ver la importancia de la vida. Así me enseñaron. Veía el normal matar por defender,y cuando me di cuenta, ya había seguido órdenes suficientes que arrebataron varias vidas. Ya había matado por la paz. 

El pasado no vuelve, y en mi caso, me mortifica y crucifica. 

Pero lo peor de todo era cuando me llamaban héroe, sin duda. Héroe... yo diría asesino. Pero me llamaban héroe y me dolía. 

Cuando mi hijo menor tenía 14 años, encontró una de mis medallas, y aunque ya él ya sabía algo de todo mi pasado, supe que era el momento de que conociera todo lo que hice. Me costó decírselo... tan pequeño... tan indefenso. 

Al saberlo, su mueca no fue de miedo. Sólo vi sorpresa y angustia. Estuvo un día sin hablar. No salió de su habitación, ni si quiera quiso ir al colegio... Me sentí muy mal. Punzadas de culpa recaían sobre mí, una y otra vez. 

La noche del día siguiente, yo estaba en el mismo sofá en el que me encuentro ahora. Escuché sus pasos acercarse a mí, y al momento vi sus ojos frente a los míos. Mirándome con ternura, con emoción, no sé explicarlo bien. Me llamó héroe. Me aterré por pensar que me admiraría por todo lo que hice. Que me admiraría por matar! Y le dije que nunca fui un héroe, y que nunca lo sería. Él agarró mi mano, me dio un beso en la mejilla y me dijo, que sí era un héroe y que me admiraba, pero no por matar, sino que, por poder seguir en pie, por seguir andando cargado de culpa y con una conciencia manchada. Por saber seguir adelante y desfallecer. 
No me lo esperaba. Y lloré cual niño que perdió su juguete. Mi hijo me entendía. Él me consoló, y me dijo " Papá estoy contigo."

Nunca conocí a nadie que lo viera de ese modo. Sentí que no estaba solo en mi largo camino de pesadumbre, aunque no me lo mereciera, mi familia siempre estuvo ahí, y está conmigo. 

Nunca olvidaré ese momento de mi vida. 

Es mi castigo, por así decirlo. Ver los ojos de este chico es el momento del día, en el que recapacito. El presente no olvida, porque está hecho del pasado. Recuerdo a ese chico al cual asesiné, y sé que al menos hay una persona más acordándose de todas esas personas que murieron luchando... todos aquellos que sabían que probablemente ese día, o un día cercano a ese, se acabaría la luz.Y en especial, a las que les quité su único bien más preciado. La vida. La vida que tanto aprendí a amar, y que tanto amo. 

Éste es un momento para mí. Para mi mente, para mi corazón. Para abrazar el perdón que no existe. 

Camy

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