martes, 4 de noviembre de 2014

Pensé haberte encontrado , y me equivoqué.

Había un bosque. Un bosque en otoño. Un bosque lleno de una alfombra de hojas secas de colores. Hazes de luz entraban entre las ramas de los árboles, descubriendo así las pequeñas vidas del viento que sólo se ven a la luz.

En lo más profundo del bosque; un piano. Un piano de cola, brillante y reluciente. Las manos que acariciaban las teclas eran tan bonitas como las del pianista que acompaña a Adele en sus actuaciones. Unas manos delicadas, de finos dedos.

¿ Quién es ese chico que toca? Quién quiera que sea, sabe que le miro y no se inmuta.

Desde la espalda le miro entrecerrando los ojos, como queriendo ver más allá. Me doy cuenta de lo que estoy haciendo, he intento remediar mis gestos. Gesticulo demasiado.

Me tumbó boca abajo en el piano, dejando mi barbilla apoyada en el el precipicio cuyo final es mullido por los ahullidos de las notas. Clavo mi mirada en sus ojos. Él levanta la cabeza, y me mira. La música sigue sonando. El pelo le llega por las cejas, y sus ojos se clavan en los míos. Un escalofrío me recorre. No sé ponerle color a sus ojos,  y comienzo por marrones, que derivan en ámbar,  verdes, amarillos, turquesa, azules,  grises, y por último blancos.

Qué pureza... Supe que esos serían los ojos que buscaría en mil vidas.

De pronto,  una voz:

- Y ahora, comenzad a mover lentamente las extremidades.

La escena se baña de negro, y abro los ojos.

Arriba, un techo blanco.

- Hola chicos, es dia tres de noviembre de dos mil catorce,  estamos en la clase dd body balance. Volved a la realidad. Comenzad a moveros, sentaros y levantaos. Poco a poco, cada uno a su ritmo.

Me levanto. Dejó la esterilla azul en su lugar. Me pongo las zapatillas. Cojo mis cosas, y marcho.

Parecía tan real, y a la vez era tan extraño...

Te seguiré buscando,  y te  encontraré.

O no.

No importa. Siempre podré soñarte.

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