domingo, 21 de septiembre de 2014

No te olvides de escribirme pequeño, que los muertos también queremos saber de ti.

Venía con una túnica negra que le cubría todo el cuerpo. Era alta, de aspecto endeble, de mirada hueca. Se movía paulatinamente y lo atravesaba todo. Cuando me encontré con ella creo recordar que por primera vez, sólo me rozó. Me rozó para avisarme de que estaba aquí. Y como bien ya había escuchado más de una vez, sólo venía cuando tenía algo que llevarse aunque no le perteneciera. 

Entró en una habitación donde un ajetreo de médicos sudaban de esfuerzo. Cables volaban y jeringuillas se clavaban en piel débil. En el centro, un alma pequeña, un cuerpo frágil era magreado y manipulado por las manos frías de médicos apurados. Habían padres desesperados, hirviendo de angustia, observando como algo se estaba alejando, sintiendo como la aguja del dolor hacía un hueco en sus corazones. 

La figura alta y flaca, se abrió paso y se situó al lado de aquel bebé casi inerte. Acercó su fría calavera a la cara de aquel cuerpo menudo e, inspiró. 

De pronto una luz se posó sobre los huesos de la muerte y nació sobre ellos carne y piel blanquecina. Se formó la figura de un cuerpo talludo, quizás de mi edad. Sus ojos se abrieron y me miró con ternura y pena. Le miré fijamente y estaba claro, era mi hermano. Su cadáver yacía en la cama. Las caras ofuscadas de los médicos se relajaron y miraron a los padres que estaban de pie; las lágrimas brotaron. 

El tiempo se paró, la realidad se congeló. Mi hermano comenzó a andar hacía mi atravesando los cuerpos de sus padres abatidos y desconsolados. Cuando llegó justo en frente de mi, cerró los ojos y me atravesó. Cerré los ojos, y le sentí llenar un un hueco dentro de mí. Al abrirlos, me giré; ya no había nadie, solo un pasillo vacío. El tiempo volvió a correr al igual que la lágrimas de mis ojos a caer, aunque solo nacieran dos. 

A partir de ahí, ese día fue silencio y gotas. Gotas desembocando en hombros, suelo y pañuelos. 
  
Ya van a hacer tres años de todo aquello. No sé bien como logré superarlo, o mejor dicho, asimilarlo. Sólo sé que me costó, y que descubrí maneras de sufrir que hasta entonces desconocía. 

El recuerdo sigue latente en esa costura. No sé dónde estará, ni sé de todo lo que habrá hecho, pero creo estar segura, de que la paz fluye en él. Cuánto superaste sin tan si quiera saber que lo hiciste. 

Desde ese día, comprendí Miguel Ángel, que aquella frase que antaño había escuchando en una película de Harry Potter , que decía así:" No tengas pena de los muertos, sino de los vivos" No tenía sentido. 

Gracias por todo pequeño, en especial, por haberme dejado tenerte aquí dentro. 

Camy. 

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