miércoles, 17 de septiembre de 2014

Toca volver a desnudarse.

Y todo comienza en frente al espejo. Primero me quito las zapatillas sin hacer uso de las manos, y las dejo en la parte izquierda de la alfombra, luego, me quito los calcetines y los dejo encima de estas. Normalmente suelo tener las manos frías así que, tengo algo de cuidado de no tocarme la planta del pie, porque rozarla me daría escalofríos.
Después desabrocho la camisa de mi abuelo botón a botón, dejando que los dedos se enrreden en los agujeros de los botones. La dejo estirada sobre la cama y pienso en lo bonita que es.
Me quito la camiseta prieta que llevaba debajo de la camisa y la dejo tal cual cae sobre la cama.
Desabrocho el macho y hembra que sostienen el sujetador en su sitio, y dejó que una vez abierto, se deslicen las tiras que caen de mis hombros hacia mis manos, y con la mano izquierda lo dejo sobre la misma cama.
Desabrocho el botón del pantalón,  bajo la cremallera y lo bajo con los brazos, y acaba de salir con los pies y los pisotones. El tanga cae con más suavidad,  deslizándose como en un tobogán.
Lo recojo todo y cae sobre la cama.
De ahí me suelto el pelo y dejo la goma sobre el escritorio.
Antes de abandonar la habitación echo un vistazo a la cama.
Una vez en el baño me fijo en que me ha salido una pequeña peca en el lado derecho del labio.
Me meto en la bañera, y mientras se templa mi piel con el agua pienso en lo diferente que se pueden hacer las cosas, según cual sea el fin.

Recuerdo esas veces que me quitaban o me quitaba la ropa a prisa, o no. Esas veces que todo se deslizaba y me vestía con el traje nuevo del emperador que le robé ya hace un tiempo. Recuerdo cuando absolutamente nada más que piel y alma quedaban sobre la cama, y bueno , sábanas,  por supuesto. 
Y que el pelo siempre solía atármelo. No me gusta perderme ni un segundo,  aunque tenga los ojos cerrados la mayoría del tiempo, o no.

La bañera ya está llena. Y,  realmente, de qué vale recordar esas cosas?

Ya mudé de piel.

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