Chisporroteaban las llamas aún encendidas. Danzaban por los lunares. Vacilaban por tu clavícula y como un funambulista se precibitaban a la cuerda floja que hallaba cuando recorrían los acantilados de tus heridas cosidas.
Les gustaba dormir en tu ombligo. Pero más quemar tu oreja, calentarla.
De noche, se metían en tus sueños quemando a cada mal pensamiento que se te formara. Nunca te di suficientes besos en la frente.
Adoraban formar figuritas y deslizarse como un ciempiés, haciéndote cosquillas en las costillas. Querían darte aire.
Te llevas levantando sin ellas desde hace mucho tiempo. No sé si te habrás dado cuenta. Me comentaron que las confudiste con una mancha roja. Una mancha que arde y quema. Esa, que provoca vibraciones y palpitaciones en tus ingles y cabeza. Esa que calienta tu corazón.
Chisporrotean las llamas dando tumbos en el tiempo. Quemando la arena que ya no cae de un cristal que se rompió y que ya no marca el tiempo que falta para vernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario